Monday, August 11, 2008

El león de la India y los bagels sin alma


Hace unos días estaba parada frente a la estatua de Gandhi, en Union Square, cuando escuché que alguien me preguntaba con un inglés pastoso si es que yo era instructora de yoga. Era Shera, un indio que dice que su nombre significa león, quien se me acercó mientras yo esperaba, mat al hombro, a una amiga con la que iba a ir a clases.
Le dije que no, que sólo practicaba y él me preguntó si conocía la filosofía del yoga mientras me mostraba unas pinturas preciosas, que vende en la plaza los días en que los granjeros neoyorquinos venden sus frutas y verduras. Le contesté que algo sabía mientras miraba los lienzos hechos por mujeres de su tierra, que él prefiere llamar Hindustán en vez de India.
Él se comenzó a quejar de que en Nueva York casi todo el mundo hace yoga en vez de ir al gimnasio y que la mayoría no sabe nada sobre el significado profundo de la práctica. Shera sabe. Y también sabe sobre música porque viene de la casta de los músicos. Me dijo que no le quedaba otra, que así era en su tierra, naciste en un casta y tienes que hacer lo que la tradición manda. Pero también dijo que él era un músico feliz, que venía dos veces al año a Nueva York a vender pinturas y que había estado en Corea del Sur con una novia.
Después de un par de historias me cantó una canción, que acompañó con un par de castañuelas indias, y luego me dijo que Nueva York era una ciudad desalmada, sin raíces. Yo le pregunté que por qué venía. "Porque es buen negocio", me dijo. Y entonces empezó con la historia de los bagels, esos panes guatones y deliciosos que tienen un hoyo en el centro y que son un clásico en los desayunos de esta ciudad.
Shera me dijo que Nueva York es como un bagel enorme. Que lo primero que uno ve es la cáscara imponente, la masa inflada y poderosa, pero luego se llega al centro... donde no hay nada. Un lugar sin raíces ni alma. "Por algo comen bagels", me decía el músico-vendedor-viajero, quien jura que estos son los únicos panes sin centro que hay en el mundo.
Entonces llegó mi amiga, me despedí de Shera y me fui a clases... Pero me quedé pensando en esto del bagel. Dos noches después pasé por Union Square y en lugar de frutas, granjeros y tapices indios me topé con unos cien tibetanos que un par de días antes de las Olimpiadas seguían pidiendo boicot y un Tíbet libre. A mi lado había una mujer de velo y vestidos árabes sacando una foto de la manifestación con su celular. Y ayer cuando estaba en un edificio polaco escuchando a uno de los mejores pianistas rusos del momento (esas cosas que pasan en NY...) se me ocurrió pensar que todo es gracias a la teoría del bagel. Nueva York es una ciudad tan nueva, movediza, tan vacía, que siempre tiene espacio para todos: tibetanos, iraníes, chinos, tailandeses, mexicanos, somalíes, dominicanos, y claro, para los chilenos que decidimos que es bueno probar bagels por un rato...

PS1: Le conté esto a Bill -neoyorquino legítimo y de nacimiento- y me dijo que él sí creía que NY se estaba quedando sin raíces, que la manía estadounidense por lo nuevo estaba devastando al país... y que los bagels venían de Rumania.
PS2: Fui gratis a ver al ruso (se supone que iba a ayudar con la organización, pero al final no tuve que hacer nada... sólo disfrutar)... Maravilloso. Un concierto chiquito, en una sala pequeña, llena de rusos juntando plata para el conservatorio de Moscú. De película.
PS3: La foto es de los tibetanos en Union Square. No tengo fotos de bagels... me los he comido antes de hacerlos posar.