Wednesday, July 23, 2008

Chilenos todos


Hace un par de meses que Jason Elliot va conmigo para todos lados. O casi. Por lo menos está cada vez que tomo el metro, que es harto y, casi siempre, por largo rato (de la casa a Union Square, que para mí es como el ombligo de Manhattan, me demoro 1 hora... y todo viaje nocturno... pónganle unas 2).
Descubrí a Elliot en Barnes & Noble, una librería de cuatro pisos que queda en Union Square (bueno, hay varias, pero a mí me gusta la que está ahí). Estaba en el estante de ensayos sobre viajes. No sé por qué lo elegí. Había varios libros que pintaban buenos, pero tomé este sobre Irán, leí unas páginas y me lo compré. Ahora estoy leyendo otro libro suyo, el primero que escribió, en el que cuenta sobre sus viajes por Afganistán. Y aunque es gordo, me lo echo al bolso cada vez que salgo porque qué importa un hombro adolorido si se ha forjado en la noble tarea de acarrear un librazo.
Pero ya les contaré más sobre Elliot porque ahora lo saqué al blog por algo bien puntual: el tipo estaba en el restaurante de un hotelito en Yazd, un pueblo al centro de Irán, cuando escuchó que dos ingleses, compatriotas suyos, trataban de explicarle al mozo que no querían probar ninguna delicia local y que sólo querían papas fritas.
Elliot escribe: "Después de escuchar por casualidad el intento de conversación, me eché hacia atrás, hacia la sombra, con la aversión instintiva que un inglés siente al encontrar a otro de su clase mientras está en el extranjero".
Me pasó algo parecido hace dos viernes en el Metropolitan Museum. Fuimos con el Cris a ver una muestra que junta a los maestros de la fotografía que hicieron escuela entre 1840 y 1940. Ya íbamos en Cartier-Bresson, al final de la exposición, cuando el silencio del museo se quebró con un grito que venía del otro lado de la sala. "Cacha las minas en pelota!"
Detrás del grito apareció el sonriente compatriota, que se fue volando a mirar una foto de Cartier-Bresson donde aparecían tres enmascaradas, desvestidas y abundantes mujeres. La lectura de la foto decía algo sobre un reencuentro con las Tres Gracias...
Y yo no sé si me estaré poniendo vieja o qué, pero me dio rabia. Además, el compatriota, que se veía bien cuico, se acercó a la foto y le soltó a sus larguiruchos y adolescentes hijos un gritado "mira, y estaban bien gordas, ¿ah?". Y me dio más pica. Me quedé al lado, mirando las últimas fotos sin decir ni pío y acá en Nueva York uno puede pasar piola mientras no hable...
Después la familia completa comenzó a hacer fiesta con una foto donde salía una pareja de lesbianas. No puedo reproducir el diálogo porque me fui.
Claro que uno no siempre se calla cuando se topa a un coterráneo lejos del hogar... Hace un par de semanas fuimos a la Mermaid Parade, especie de carnaval gringo que se hace en Coney Island, una playa donde está la feria de atracciones que siempre sale en las películas. En medio de las drag queens, de las minas medio en pelota y de los demases personajes de este desfile que parece alucinación charcha, apareció un tipo que nos escuchó hablar. "¿Chilenos?", nos preguntó. "Sí", le dijimos. "Ah, yo también... Me tengo que ir", dijo y se esfumó entre un pirata y un intento de sirena.
No sé si estaba haciendo un censo de los chilenos en la Mermaid Parade o si lo hicimos sentir como en casa por un segundo, el segundo justo antes de que le bajara la instintiva aversión que uno parece tener por los compatriotas cuando se está lejos. Cuando no son tus amigos, claro.
PS1: Se me olvidó lo de la foto... Ya que no pude encontrar la imagen que tanto conmovió al chileno del museo (tampoco era la idea quemarme los ojos en Google), pongo esta versión libre de las tres gracias... que andaban dando vuelta en la Mermaid Parade
PS2: Para que se enorgullezcan de mis progresos: estoy leyendo sólo libros en inglés, así que la cita del libro es una, de nuevo, versión libre. Pero si encuentran a Elliot en español, porfa, leánlo. Un viaje. Dos viajes. Una maravilla.
PS3: Por si a alguien le interesa el fin de la historia de las papas fritas: el mozo iraní no le entendió ni jota a los ingleses así que le pidió a Elliot, que habla farsi, que tradujera. Al final, en el restaurante no tenían papas fritas, lo que dejó a la pareja liverpooldiana muy, pero muy triste.

Monday, July 21, 2008

La bolsa del árabe

Después de siete meses en Nueva York todavía no puedo adivinar quién viene de dónde. Los asiáticos son los más complicados de identificar, aunque ya distingo a los tibetanos y estoy entendiendo las diferencias entre un chino y un japonés. Pero así y todo estoy casi segura de que el tipo que estaba delante mío esperando el metro, era árabe.
La estación estaba calurosa y húmeda. Mi falda se pegaba a mis piernas y mis brazos y espalda estaban absolutamente sudados, igual que los brazos y espaldas de todos los que estábamos allá abajo, en la 59 de Bay Ridge, en Brooklyn, esperando el tren que nos llevaría al aún más caliente Manhattan.
Al rato, llegó el tren. Mientras todos nos apurábamos para entrar, al árabe se le cayó una bolsa negra. Yo la agarré y me subí con ella al vagón.
El tipo -un pelado de bigotes y camisa a rayas pegada a una guata en progreso- estaba apoyado contra la puerta del fondo del carro.
Me puse al frente y estiré el brazo con la bolsa. "Se le cayó esto", le dije mientras se la pasaba. Entonces todos los dientes aparecieron debajo del bigote mientras el tipo movía la mano de un lado a otro. "Noooooo", me dijo. "Muchas gracias, pero esas son cosas que ya no necesito".
Por unos diez segundos nos quedamos parados, mirándonos. Yo con la bolsa colgando de mi mano y él moviendo la suya de un lado a otro. Quería decirle que por algo la estación estaba llena de basureros, pero me dio vergüenza. Hace tiempo que no usaba esta expresión, pero me dio vergüenza ajena.
"Ok", le contesté. Sonó el timbre del metro. Ya no tenía tiempo para ir a botar la bolsa, así que, a regañadientes, la dejé a la salida del carro. La puerta se cerró en mi cara. El árabe seguía sonriendo medio compungido mientras yo me agarraba de un fierro para no caerme mientras el tren se movía.
Iba bien perpleja pensando en basuras y basureros cuando veo que por la derecha se me acerca rauda una gringa (estoy segura, era gringa). Antes de que pudiera enfocar su cara, vi que me ponía debajo de la nariz un spray destapado. "Toma, para que te desinfectes las manos", me dijo toda sonriente (muchas sonrisas para un sólo vagón de metro). Yo quedé más plop.
La bolsa no estaba sucia ni chorreada. Y no quería que el árabe me viera "desinfectándome" las manos porque había tomado sus cosas, así que le dije que no gracias.
La rubia tapó su spray y se retiró rápido a la esquina del carro. Y ahí quedé. Primero me fui mirando para afuera, o sea, a nada... el túnel. Y después saqué mi libro y me puse a leer.

(PS: un amigo me dijo: "¿y no le avisaste a la policía que habían botado una bolsa?"... otro: "yo habría pensado que era una bomba")